SECUESTRO

 

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CONSECUENCIAS

 

PARA EL SECUESTRADO

Pasados dos años del secuestro se observa un gran temor a la experiencia traumática. El temor se expresa en frecuentes pesadillas referidas al evento traumatizador, recuerdos momentáneos e inesperados del evento (Flashbacks) y en comportamientos evasivos de todo lo que se asemeje a esa situación. También se expresa en un estado ansioso generalizado, de gran irritabilidad, sentimientos de despersonalización, desorientación temporo-espacial y somatizaciones como vía de expresión de la ansiedad. En algunos casos también se presenta el llamado "Síndrome del Sobreviviente", la tríada típica compuesta por cefaleas frecuentes, pesadillas recurrentes y estados de tristeza más o menos periódica. Los síntomas mencionados, se expresan solo en algunas pocas personas y son episódicos y dispersos a lo largo del tiempo. En algunos casos los síntomas existían antes del secuestro y simplemente se recrudecen durante el cautiverio y después de la liberación, lo cual indica que la experiencia del secuestro potencia aquellos problemas preexistentes. (Meluk, 1998)  

En la fase inmediatamente siguiente a la liberación la persona presenta euforia desmesurada y unos deseos intensos de vivir todo lo que no pudo en el secuestro durante semanas y meses. Esta reacción se crea en el ex secuestrado al tomar distancia de la posibilidad de morir, al restablecer los lazos afectivos familiares y al reconocer que vive nuevamente con ellos. Es un período más bien corto, de pocos días o semanas dependiendo del caso, lo cual es también un espacio de negación de realidad, de todos los padecimientos del cautiverio y de las dificultades y contradicciones propias de la vida familiar y laboral. Por lo tanto en este lapso, las huellas dejadas por el secuestro no se manifiestan. Pero lentamente, cuando la persona se adapta de nuevo a su medio habitual y comienza a enfrentar la realidad que dejó y las modificaciones resultantes del secuestro mismo, se desvanece la euforia, entonces las secuelas psicológicas empiezan a evidenciarse en el recién liberado y en las personas de su entorno. (Meluk, 1998)

El aspecto más relevante en la fase posterior al secuestro, después de superar la fase de euforia, es el temor a ser plagiado nuevamente y tener que estar sometido otra vez a las condiciones de cautiverio. Son temores muy agudos y marcados durante las primeras semanas después de la liberación. Pero con el paso del tiempo, meses y posiblemente años los temores a la reincidencia del secuestro tienden a desaparecer solos. Es entonces cuando retorna la confianza en las personas y el entorno social en general, aunque no se puede afirmar en términos absolutos.. Queda siempre un remanente de temor y suspicacia que por no ser muy intenso en la mayoría de los casos, no perturba el desarrollo vital del ex secuestrado. (Meluk, 1998)

Los síntomas somáticos característicos de las experiencias postraumáticas se observan de un modo consistente, solo en la fase inmediatamente siguiente a la liberación. Su intensidad está en relación directa y proporcional especialmente con las condiciones físicas del cautiverio a que estuvo sometida la persona. Es decir, que s el cautiverio se desarrolló en condiciones de maltrato y durante el mismo hubo amenazas de muerte reiteradas y enfáticas o simulacros de ejecución realizados  por los plagiarios, entonces los dolores de cabeza, las sensaciones de mareo, los dolores en el pecho y demás afecciones, son también intensas y frecuentes. (Meluk, 1998)

Estos síntomas cuando se presentan tienden a decantarse con el paso del tiempo, con el simple apoyo familiar y sin necesidad de ninguna ayuda especializada. Cuando los síntomas persisten, es porque existían antes del secuestro; de allí que no puedan ser atribuidos exclusivamente al trauma ocasionado por el plagio. (Meluk, 1998)

Llama la atención que las personas más jóvenes de la población analizada, los menores de cuarenta años, son quienes presentan con más frecuencia reacciones emocionales y alteraciones somáticas funcionales después de la liberación. En cambio, en los de mayor edad, cincuenta años o más, tienden a no presentarse. (Meluk, 1998)

A pesar de que los ex secuestrados manifiestan que su comportamiento en general volvió a ser el mismo de antes del secuestro, la familia reporta todo lo contrario. Los familiares dicen que los notan melancólicos y ensimismados, ingiriendo más alcohol y tabaco que antes del secuestro, "menos considerados con la familia, con una disminución significativa en los deseos sexuales, fácilmente irritables aún por circunstancias nimias". (Meluk, 1998)  

Con el ánimo de conocer los efectos psicológicos y familiares del secuestro extorsivo en las familias colombianas y poder difundir su experiencia, LA FUNDACIÓN PAÍS LIBRE, en colaboración con COLCIENCIAS, financiaron un proyecto de investigación a escala nacional (Colombia) en el que participaron 74 exsecuestrados y 193 familiares. Todos los comentarios y narraciones son historias reales que compartieron con nosotros pero se han utilizado nombres ficticios para proteger la identidad de los participantes. Cualquier similitud con la realidad es coincidencia.

El Producto de esta Investigación fue el siguiente texto:

EL CAUTIVERIO

El secuestro es uno de los muchos eventos traumáticos a los que podríamos estar expuestos: asesinatos, robos, violaciones, separaciones, muertes repentinas, catástrofes ambientales, etc. A diferencia de estos hechos, que por lo general resultan puntuales y limitados en el tiempo, el secuestro nos expone a UN TRAUMA CRÓNICO. Cuestiona nuestras creencias más fundamentales sobre la confianza, la justicia, la vida, la muerte, la bondad y la maldad en el mundo y en nosotros mismos, genera un cambio en nuestro auto concepto y en la forma como nos sentimos en relación con nosotros mismos.

Cualquier secuestro nos remite a la psicología del sometimiento. El objetivo del secuestrador es someter, tanto a las familias  como a los secuestrados, ejerciendo un control despótico sobre todos los aspectos de sus vidas.

Los métodos para lograr el sometimiento de otra persona se basan en el uso sistemático de técnicas de control psicológico que buscan instalar el terror, la desesperanza y destruir la confianza en nosotros mismos y en quienes nos

rodean. Mediante amenazas y agresiones físicas o verbales que minan la dignidad humana, el secuestrador manifiesta su poder sobre la víctima haciéndole sentir que no tiene ninguna autonomía. Al mismo tiempo, el captor se nos presenta como el salvador y la persona de quien dependemos para subsistir o salvar a nuestro ser querido, buscando que tanto la familia como el secuestrado, nos rindamos a sus pies por el temor y la necesidad que tenemos de ellos. Es un tire y afloje entre agresiones orientadas a minar la dignidad e integridad personales y acercamientos “amistosos” en los que el captor se muestra como nuestro aliado.

Aunque someter es el objetivo, no todos los captores emplean el mismo grado de violencia y agresividad. Quienes han pasado por esta experiencia saben que la violencia verbal es la estrategia más frecuente de subyugación. Los secuestradores amenazan constantemente con la muerte y recalcan su poder colocándose en una posición equivalente a la de un dios, humillando al secuestrado y la familia hasta hacerlos sentir como animales sin poder alguno para defenderse. Así nos lo relata Esteban:

“Ellos fueron como muy categóricos, y a veces le duele más a uno que le digan a uno las cosas de esa manera como tan descarnada... porque estas cosas así... con esa tranquilidad, como que no fuera nada, como decir, usted es una cucaracha, y lo vamos a matar, y ya. Sí... vamos a ver que, y si queremos lo fumigamos y le echamos aquí el insecticida”.

Otra estrategia comúnmente empleada por los secuestradores es la de engañar con respecto a lo que hace la familia en la negociación, ello con el fin de romper la confianza del secuestrado en su entorno inmediato y lograr mayor sometimiento al verse al captor incluso como amigo o como salvador. Buscan confundirnos sobre quién es el enemigo y quién el amigo, mostrándose ellos como las personas a quien debemos temer pero al mismo tiempo, en quienes podemos confiar.

A su vez, las familias también son objeto de amenazas atroces como enviar una oreja, matar al secuestrado y mandarlo en una bolsa, etc., para instaurar el terror y minar la capacidad para decidir adecuadamente, llevándonos a actuar de manera impulsiva y guiados por la desesperación.

Si bien ninguna de estas amenazas y manejos puede ser subestimada, antes de actuar y dejarnos llevar por la rabia o el miedo hay que pensar fríamente en lo que está sucediendo. Tener siempre en cuenta que lo que busca el captor es ganar el control de sus víctimas generándoles la sensación de no tener ningún poder de manejo sobre la situación. Aunque sí estamos atados a ellos, no debemos olvidar que también está en nuestras manos someternos totalmente o mantener algún control. Los secuestradores también necesitan de nosotros y la única forma en la que podremos subsistir psicológicamente es logrando mantener una relación con ellos sin rendirnos totalmente a sus pies o quedando completamente sometidos, casi como esclavos.

Cuando la víctima deja de pensar por sí misma y se limita a cumplir con lo ordenado por el secuestrador, pierde su identidad como ser humano independiente quedando completamente doblegada. No puede pensar y deja de ser

persona. Clara nos cuenta su experiencia un poco sorprendida de ella misma:

“A mí me pasó de todo... yo fui la que me herí cuando se le disparó la ametralladora a uno de esos muchachos...yo fui la que me golpe, la que sangré, me dio tendinitis y entonces no podía caminar, me llegó la menstruación, me resbalé en miércoles y ¡quedé untada hasta aquí!. Todo me pasó a mí. Y yo no dije absolutamente nada, ni lloré, ni me quejé, nada. Yo jodo aquí por la comida y me comía absolutamente todo lo que me servían, yo no puse problema por nada, por absolutamente nada”

De igual manera, cuando la familia se deja inundar por el terror que generan las amenazas también puede perder su capacidad de decisión y control de la situación y por lo general, termina haciendo cosas de las que más adelante se sorprende y en algunos casos hasta se arrepiente o se siente culpable.

Lo último a lo que queremos llegar es a ese punto en el que desaparecemos como personas dejándonos apabullar por el maltrato, obedeciendo ciegamente y perdiendo toda capacidad de discernimiento. Es necesario buscar y encontrar mecanismos que nos permitan mantener nuestra dignidad como seres humanos pero sin olvidar las circunstancias en las que nos encontramos.

SUBSISTIENDO AL SOMETIMIENTO

¿Cómo manejar este fino balance entre someterse y mantener la identidad? ¿Cómo soportar la indignidad de verse sometido como un animal?

Sobrellevar un cautiverio es aprender a aceptar que somos impotentes en un momento dado y que estamos bajo el dominio de otro ser humano que busca rebajarnos como personas. Al mismo tiempo, es necesario mantener ese respeto por nosotros mismos como seres humanos y encontrar las alternativas a nuestro alcance para manejar, de la mejor manera posible, el sometimiento. Jaime nos cuenta cómo es este proceso:

“Es que en ese estado de indignidad en que está uno, lo único que le queda a uno es la dignidad que uno pueda demostrarle a ellos. Definitivamente yo pienso que la posición que tenga uno puede significar el respeto que puedan tener con uno mismo... hay que seguir siendo uno mismo allí; no ablandarse en cosas que después lo dejan a uno sin argumentos para echar para atrás y devolverse a su sitio. Hay que mantener dentro de la situación como su sitio allí, sin ser tampoco una posición orgullosa”

Aunque a veces nos sentimos perdidos y derrotados por las presiones del secuestrador, lo cierto es que aún en estas circunstancias tan difíciles los seres humanos podemos desarrollar mecanismos psicológicos y comportamentales

que nos permiten ganar cierto control. Los exsecuestrados, expertos en esta materia, nos cuentan cómo hicieron para manejar la situación sin perder su integridad como seres humanos.

Descubrir el Mundo Interno

Descubrir que hay un mundo propio al cual nadie puede acceder ni privar de la libertad le permite al secuestrado seguir sintiéndose PERSONA. Es como dividirse entre lo mental y lo físico, se presta el cuerpo pero hay algo que nadie penetra ni puede violentar que es ese mundo propio. Lo que pensamos, fantaseamos y sentimos internamente nadie nos lo puede quitar ni lo puede manejar.

Algunos secuestrados encontraron que la soledad podía ser una buena aliada y una forma de escapar a la situación es refugiarse en ese mundo interno de pensamientos, reflexiones, fantasías y deseos. Ello es lo que permite dejar de lado la situación que se está viviendo y centrar la atención y el pensamiento en otro mundo, nuestro mundo.

Darle un Sentido de Oportunidad al Cautiverio 

Otra forma de sobrellevar el cautiverio es convertirlo en una oportunidad. Abocados a dejar sus actividades normales y forzados a tener mucho tiempo disponible, muchos secuestrados optan por ver el cautiverio como un retiro para la reflexión. En este sentido, como una oportunidad de disponer de un tiempo para sí mismos, pensar y evaluar sus vidas, sus planes, su pasado y su futuro. Darle un sentido de oportunidad al cautiverio nos aparta de estar constantemente ensando en lo difícil e insoportable de la situación y nos sirve para alejarnos de la posibilidad de caer en una profunda depresión, estado en el cual ya no hay deseos, nada nos ilusiona ni entusiasma y se pierde toda esperanza. El mundo se vuelve oscuro, un túnel sin salida.

Diferenciarse Mentalmente del Secuestrador 

Para defenderse de la posibilidad de dejar de ser ella misma, Carlota estableció un límite mental entre ella y sus captores. Así logró protegerse al saber que no le podían quitar lo que le pertenecía inherentemente, así la privaran de cosas materiales y de su libertad.

“Y yo pensaba allá, bueno, ellos te podrán quitar a ti todo lo económico que quieran, pero lo que tu tienes de educación, lo que tu tienes aquí, es un tesorito que tu tienes ahí; y no te lo quita nadie. Y es lo que ellos nunca han logrado, la educación. Ellos pueden pedir muchos millones y millones de dólares pero no tienen educación, no tienen familia. Yo tengo a mi familia y ellos no...”

Crear una Rutina Propia  

La alternativa para unos está en aceptar la situación y sobrellevarla de la mejor manera posible desarrollando una rutina diaria y continuando con ritos personales tales como la Navidad y otras celebraciones. La rutina diaria auto impuesta le permite a uno sentirse productivo y en control de sus actividades. Al mismo tiempo, distrae e impide que nos centremos de nuevo en ver la deplorable situación en la que nos encontramos y en lo impotentes que nos sentimos en esos momentos.

Desarrollar una Relación de Cordialidad Sin Someterse 

Otros secuestrados encuentran que la forma de enfrentar un cautiverio es aceptar el hecho de que están privados de su libertad pero conservando la integridad como seres humanos y manteniendo cierta autonomía, especialmente en el pensar y el sentir. Se adaptan a la situación sin que su deseo de demostrar que no ejercen poder alguno sobre ellos genere enfrentamientos con el captor; al mismo tiempo, no se dejan apabullar por la violencia y el deseo de someter del secuestrador. Como nos lo contó Julio, comparten, dialogan e interactúan con los secuestradores pero siempre manteniendo un límite claro y de cierto respeto:

“Nos integramos con ellos en la parte de la educación; ellos, por ejemplo, nos decían que si nosotros podíamos discutir de la paz, del conflicto y nosotros decíamos: ‘pues claro, pero queremos ser claros con ustedes desde un principio, que nos respete nuestra manera de pensar’”

Confrontar al Captor 

Desafiar constantemente al secuestrador, verbal o físicamente, es otra forma de demostrarle que no tiene poder absoluto sobre nosotros. Algunas veces esta confrontación se hace mentalmente mientras que en otras ocasiones es abierta y directa. Aunque nos permite rechazar la situación y luchar por mantener nuestra integridad, puede ser poco adaptativa al generar el uso de mayor fuerza por parte del captor quien, en últimas, es quien tiene el mayor control de la situación. No obstante, puede ser una alternativa para quienes están dispuestos a arriesgar sus vidas antes de verse privados de su libertad y dependiendo de otros.

Paralelo a este proceso que viven los secuestrados, las familias también experimentan su propio cautiverio, en algunas cosas similar al del secuestrado en otras diferente.

EL SECUESTRO: UN CAUTIVERIO VIRTUAL PARA LA FAMILIA

Aunque las familias no han sido plagiadas y en apariencia no se encuentran privadas de su libertad, la realidad es que ellas también están secuestradas. Ya no hay planes, sobreviven y mantienen su rutina pero siempre amarradas al teléfono o las comunicaciones de los captores.

Así se refiere a ello Marcela:

“Sí, porque prácticamente el secuestro de una persona es secuestrar a toda la familia. Es secuestrar a toda la familia porque uno no vuelve a estar normal, nada vuelve a estar normal en la casa porque uno está pendiente de eso, uno está pendiente de que si por la mañana llamaron, que si no llamaron, que qué pasó que si han llamado que, qué han dicho, que si no han llamado, que por qué no han llamado, que si llamaron, qué dijeron. Entonces uno, uno vive pendiente es de esa situación, ya todo lo otro pasa a un segundo plano”.

Las familias viven un CAUTIVERIO VIRTUAL. No hay barrotes, no han sido aisladas del mundo, ni tienen una pistola enfrente pero se encuentran encerradas psicológicamente por un secuestrador que aparece y desaparece de manera repentina y azarosa como un ser invisible siempre ahí. Ojos vigilantes y perseguidores que no se sabe dónde están ni dónde nos pueden sorprender.

La imposibilidad de ver y convivir con el captor despierta todas las fantasías. A esa voz a través de un teléfono se le ponen diferentes cuerpos y caras y como siempre aparece de manera sorpresiva y en apariencia conociendo todos los movimientos de la familia, cualquiera puede ser el enemigo. Esto genera una gran angustia y la sensación de no poder confiar en nadie. Ya no se sabe quién es amigo y quién traidor. Al igual que el secuestrado, las familias viven en el filo entre la vida y la muerte:

“Lo que pasa es que en ese periodo de la vida, uno a toda hora se siente  amenazado, o sea es como estar en cuidados intensivos a toda hora... pero ¡un año en cuidados intensivos!”

El secuestro invade la vida, genera descontrol y grandes fluctuaciones emocionales. Como nos cuenta Margarita, “uno como que vuelve a la adolescencia emocional… a la inestabilidad total… Como que en esa montaña rusa cualquier cosita lo puede empujar a uno y pum … al fondo… y hay veces que ha sido más difícil salir; otras veces, así mismo como se presentó, vuelve uno y sube”

¿Cómo se Acomodan las Familias para Sobrellevar el Cautiverio?

Durante la primera semana o semanas todos los miembros de la familia se mueven en busca de ayuda intentando solucionar rápidamente la situación. Como nos comentaba Daniel, es una semana de frenesí en la que todos se unen olvidando las demás responsabilidades, concentrándose en lo sucedido y su solución.

Para algunos la pesadilla finaliza en cuestión de horas o algunos días. Desgraciadamente, este no es el caso en la mayoría de los secuestros pues la duración del cautiverio es muy diferente en cada uno y depende de factores como quién es el secuestrador, sus condiciones y sus objetivos.

Darse cuenta de que el cautiverio puede ser prolongado y una espera que parece sin fin cuesta trabajo. Genera mucha rabia y hasta podemos terminar peleando con quienes tratan de ayudarnos haciéndonos ver que es necesario prepararse para una espera prolongada y continuar con ciertas rutinas.

Aunque por lo general tendemos a ilusionarnos con una pronta y fácil liberación, la realidad nos irá mostrando que no siempre es así y poco a poco iremos cayendo en cuenta de que tal vez resulte más difícil de lo que se había pensado. Durante el cautiverio es importante no ponerse fechas límite para el regreso ni hacer planes suponiendo una pronta liberación. No se trata de perder la esperanza, sólo de evitar ilusionarnos con fechas determinadas. Es una espera abierta y dispuesta a que suceda cuando haya de suceder. Como algunos sugieren, una buena estrategia es suspender el tiempo y no pensar en cómo éste transcurre.

Así el cautiverio parecerá un poco menos largo y habrán menos decepciones a lo largo del mismo.

Las familias desearían encontrar alguien que les dijera que todo va a ser fácil y se va a resolver de manera satisfactoria. Por eso, en algunos casos se sienten defraudadas y muy molestas con autoridades, expertos o amigos que los confrontan con la realidad haciéndoles ver su impotencia y lo impredecible de la situación.

Quisieran una certeza pero la verdad es que nadie sabe a ciencia cierta lo que va a suceder y debemos ir al paso de los acontecimientos. Lo único cierto en esos momentos es que aunque dependemos de otro ser humano y no poseemos el control total de la situación, disponemos del diálogo con los secuestradores y lo que ellos necesitan para manejar la situación; además, contamos con los recursos del Estado y la fuerza pública.

Movidas por sus propias ilusiones, muchas personas acuden a brujos o buscan soluciones mágicas que lo único que dejan es decepción y la sensación de haber sido engañados. Jairo nos previene al respecto:

“Una cosa muy importante para una familia es que desde el primer día que lo cojan a uno... para mí nada de plata, nada de brujos. Es que lo peor de este proceso, más que el mismo secuestrador, es ir donde brujos, es lo que más duele.... Que ahora si y que no se qué y nada. Ellos complicaron más la cosa.”

El frenesí inicial decae y se hace necesario continuar con la vida y la cotidianidad. En ocasiones, esta disminución de la atención sobre el secuestro y la liberación puede ser  interpretada como un olvidarse del secuestrado, abandonarlo. Esto no es así. Continuar con ciertas rutinas nos ayuda a sobrellevar el cautiverio y a despojarnos, al menos temporalmente, de la carga de angustia, ansiedad y temor que genera la situación. Reírse y tener algo de esparcimiento permiten liberar la tensión.

Como nos contaba una de las familias, no hay nada peor que dejar la vida y encerrarse como si uno fuera el cautivo para solidarizarse con él o con ella. Las familias cuentan que hay cuatro puntos críticos durante el cautiverio:

1. Llenar el vacío emocional, asumir el papel y las responsabilidades que quedan sueltas ante la ausencia del secuestrado o la secuestrada.

2. Manejar las relaciones con la familia extensa, los amigos y colegas que buscan ayudar.

3. Manejar la situación con los hijos pequeños.

4. Decidir si negociar o no negociar. Organizarse y realizar la negociación o estar al tanto de ella cuando quien la lleva a cabo es la empresa en la que trabajan el secuestrado o la secuestrada.

Reorganizando la Familia 

La familia se moviliza para llenar el vacío que deja el secuestrado asumiendo sus responsabilidades y su papel dentro de ella.

Cuando el secuestrado es un padre de familia las esposas, por lo general, toman las riendas del hogar. Como nos lo cuenta Jimena, al principio ello puede generar temor pero por lo general, resulta ser una experiencia enriquecedora:

“En este proceso yo he aprendido a vivir sola, a tomar decisiones yo sola, a manejar los niños yo sola, a imponer la autoridad porque en este momento... antes impartíamos la autoridad ambos. Ahora estoy yo sola y la autoridad soy yo.

Entonces es decirle a ellos: ‘la autoridad soy yo y si antes cuando estaba el papá era una cosa; eso era cuando estaba el papá, ahora estoy yo’.”

Para los hijos, en especial los adolescentes, el secuestro de un padre o una madre también puede convertirse en una oportunidad para madurar. Aprenden a asumir responsabilidades, tomar decisiones por sí mismos y a ser más autónomos. Sin embargo, algunos tratan de hacer las veces del padre ausente buscando llenar ese vacío y llegan a sentirse demasiado responsables por su familia. En estos casos es importante ayudarles a no sentirse culpables por lo que suceda y descargarlos de su necesidad de reemplazar al padre ausente pues para un muchacho o muchacha de 15 o 16 años puede ser una carga que sobrepasa sus capacidades. No se trata de relegarlos o excluirlos sino de hacerles ver que no es una obligación tomar las riendas del hogar ni llenar el vacío.

La situación de crisis moviliza a uno de los miembros a convertirse en el eje que canaliza las emociones familiares y controla los conflictos que pueden surgir a raíz del estado de tensión inherente al secuestro. Este eje emocional es el que tranquiliza cuando hay tensión, promueve la reflexión antes de tomar decisiones, insta a que continúen con sus vidas y obligaciones, da apoyo y reconforta. En algunos casos esta función es cumplida por el mismo individuo todo el tiempo, mientras que en otros es asumida por diferentes personas de acuerdo con su estado emocional; de este modo, cuando uno decae otra persona entra a sostener y así sucesivamente.

Como lo relata Iván, ser el eje emocional de  la familia resulta desgastante pues sienten que no pueden flaquear porque la familia se derrumba. A su vez, los otros miembros de la familia les exigen, sin quererlo, que sean fuertes y les den ánimo porque sienten que es lo único que los soporta: “Lo que pasa es que de pronto mi temperamento es muy fuerte y yo era como la fortaleza de la familia... entonces yo no tenía derecho de sufrir; porque si yo lloraba, si yo me moría... entonces ellos me decían: ‘!que vos te derrumbaste!’.”

La Familia Extensa y los Amigos

En otros casos son los hermanos o padres del secuestrado o secuestrada los que asumen sus funciones dentro del hogar. Cuando la familia nuclear, la madre o el padre y los hijos, se siente desplazada y no tenida en cuenta por quienes buscan reemplazar al secuestrado, se generan conflictos de poder que a veces terminan en ruptura familiar.

En este proceso, la familia extensa – madres, padres, hermanos del secuestrado – puede ser una gran fuente de apoyo pero también de conflicto; en especial durante la negociación o en lo que respecta al diario vivir y la toma de decisiones. Familiares y amigos se vuelcan sobre la familia para ayudarla y apoyarla y aunque estas manifestaciones de solidaridad resultan muy importantes durante el proceso, cuando se pasan ciertos límites pueden resultar perturbadoras.

¿Cuándo los amigos y familiares comienzan a ser una fuente de malestar más que de bienestar y ayuda? Por lo general cuando se invade la privacidad de la familia anulándola y no dejándole espacio alguno para que sus miembros compartan entre sí sin la carga de estar atendiendo a otros o tratando de satisfacer los deseos de los familiares. Igualmente, es importante tener en cuenta que ese apoyo no debe buscar imponer ideas, dar soluciones o inundar a la familia con la curiosidad morbosa que lo único que pretende es saber por saber.

Cuando familiares y amigos se meten demasiado y su propósito no es el de dar soporte, generan malestar e incomodidad para la familia.

Lo que menos desea la familia en esos momentos es que la inunden con ideas, chismes o preguntas curiosas. Lo que necesita es tener alguien con quien compartir lo que se siente, las dudas, la angustia, los temores, así no se tengan respuestas ni soluciones. Al mismo tiempo, colaboración para enfrentar las exigencias de la vida diaria.

LOS NIÑOS

¿Les contamos todo? ¿Los protegemos dejándolos inocentes acerca de lo que está sucediendo? ¿Cómo les decimos? ¿Qué les decimos? Estas son las preguntas que se hacen las familias cuando tienen hijos menores.

Por lo general las familias buscan proteger a sus hijos pequeños ocultándoles lo que está sucediendo y pensando, ingenuamente, que no se van a dar cuenta de nada. La tensión, la angustia de una madre o un padre que ya no tiene mucho tiempo ni la misma disposición emocional para atenderlos y consentirlos, las llamadas misteriosas, el entra y sale de la gente son  captados por los pequeños quienes, ante la ausencia de una información clara sobre lo que esta sucediendo, construyen una serie de fantasías e inventan historias, muchas de ellas sin ninguna relación con la realidad. Se sienten angustiados porque temen que algo malo les pueda suceder a ellos o porque piensan que el hogar se les va a acabar; a veces hasta se sienten culpables y llegan a sentirse responsables de lo sucedido porque el día anterior habían peleado con el padre o la madre secuestrada y creen que fue por ello que su ser querido desapareció.

La mejor manera de ayudar a los niños en estos momentos es sentarnos con ellos para entender qué están pensando y sintiendo, cuáles son las historias que se han creado e informarlos, de manera sencilla y clara, sobre lo que está pasando y lo que podemos esperar de ellos. Al mismo tiempo, satisfacer su curiosidad y responder a sus preguntas, siempre yendo a su paso. No olvidemos que lo que acaban de experimentar es un abandono y por ello es importante que quienes están con ellos les permitan saber dónde están y lo que van a hacer, dándoles así la seguridad de que no van a desaparecer también como el padre o la madre que de repente ya no llegó más a casa.

Los resultados de la investigación nos indican que los niños terminan a veces más afectados psicológicamente que los adultos.

Comienzan a presentar problemas de rendimiento escolar, enfermedades frecuentes, problemas de relación con sus amigos, dependencia de las figuras  parentales, tendencia a aferrarse a ellas como cuando eran más pequeños y en otros casos aparecen conductas regresivas como por ejemplo, orinarse en la cama. Todas estas son manifestaciones de la dificultad que tienen los niños para asimilar lo que está sucediendo o lo que sucedió y son ellos muchas veces quienes llevan a la familia a buscar ayuda.

LA FAMILIA EN LA NEGOCIACIÓN 

Según las familias, el punto más álgido es decidir si negociar o no y cómo llevar la negociación a buen término, ya sea que ésta la realice un miembro de la familia o la empresa donde trabajan el secuestrado o la secuestrada. Al igual que el secuestrado, en este cautiverio virtual las familias se debaten entre someterse a las exigencias del captor o rebelarse frente a ellas. La negociación es experimentada como una prueba en la que participan muchas fuerzas en tensión; están los intereses del secuestrador, los de la familia y la comunidad que pueden entrar en conflicto y dificultar el proceso. Como afirma Pablo, esta situación deja la sensación de que la experiencia del secuestro puede llegar a ser aún más difícil para la familia que para el secuestrado.

Los familiares viven diversos altibajos de acuerdo con las llamadas del captor y el teléfono se convierte en un objeto cargado emocionalmente de manera ambivalente pues la llamada del secuestrador es escuchar amenazas e información distorsionada; a su vez, esperanza y vía de solución. Mario nos narra su experiencia con el teléfono y el gran temor que le generaba:

“Vivíamos pendientes del teléfono y cuando timbraba, vaya y conteste...Yo anímicamente vivía vuelto nada… a toda hora pensando ¿A qué hora volverán a llamar?… ¿Qué nos van a volver a decir?… Como llamaban un día y decían que mañana les mandamos un brazo… al otro día me decía el tipo: ‘mañana les mandamos una bomba’ o ‘alístese que en la esquina lo vamos a dejar muerto con un tiro en la cabeza’.”

Las atroces manipulaciones que emplea el captor y que el relato de Mario nos muestra de manera tan cruda y real nos indican que la negociación requiere de una actitud calculadora y fría que permita recibir las amenazas del captor sin dejarse intimidar por ellas. Por eso, las familias consideran que es importante buscar a alguien que no sea tan sensible para que pueda manejar fríamente el asunto. Por lo general las familias designan a una persona o a un pequeño grupo para realizar la negociación con el fin de concentrar la información y unificar criterios.

Involucrar a muchas personas en el proceso entorpece la toma de decisiones a la vez que facilita la dispersión de información confidencial de la cual depende el éxito de la negociación.

Para evitar que el resto de la familia se sienta excluida es importante mantenerla al tanto aunque no se la involucre en los pormenores.

El negociador, sea este una persona, un pequeño grupo o la empresa, es quien canaliza toda la tensión emocional. Por un lado recibe las amenazas del captor y por el otro las presiones de la familia. Por lo general recaen en él o ella toda la agresión y la sensación de impotencia que siente la familia ante la situación; tanto que a veces es como si desapareciera el secuestrador y el negociador terminara siendo el culpable del secuestro y de que haya o no una liberación.

Claudia, la madre de un secuestrado, nos relata las reacciones de la familia con el padre mientras éste realizaba la negociación:

“Para mí el último mes fue terrible... yo pienso que fue el momento en que yo le decía al papá (el esposo): ‘si usted no me lo trae vivo, me voy de esta casa’... ¡Qué pecado porque él era el que más chupaba!... No solamente chupaba por mí, sino por Juan y la abuela. Él llegaba de hablar con los secuestradores y llegaba donde la abuela y ella le decía: ‘y entonces ¿A qué fue?’... o sea como quien dice usted no sirve, a que va. Era como el bobo del paseo... entonces él era como la persona que teníamos; y no le caímos solamente nosotros, era toda mi familia también... de pronto la única persona que no le caía encima era mi papá, pero de resto todo el mundo lo presionaba.”

Compartiendo su experiencia, Juan nos permite comprender algunos de los dilemas por los que pasa un negociador:

“Pero bueno, ese es un problema sí... era más que el ajedrez de la cosa, de cómo organizarlo, pero en últimas...la resolución no la tenía nadie, nadie. Todo lo que usted hacía era arar en el aire. Y, esa digamos era un poco la misión. La misión era seguir arando en el mar, con tristeza y resignación... Yo al principio esperaba que eso fuera una receta; usted organizaba la pimienta, la sal y el ajo y al final salía el ponqué. Resulta que no. Entonces cuando usted se da el primer guarapazo, entonces viene la reflexión, usted se dice: ‘Bueno que pasó aquí?’. Entonces la primera reacción es: ‘Yo obre mal’, con gran culpa, no?; ‘yo la embarre’. Y la segunda fue... ‘no, un momentico, es que la cosa no es por ahí, esto lo que toca es pedalearlo, a mí me están extorsionando. Me voy a dejar extorsionar, pero dentro del contexto que yo voy a buscar. Esa es mi meta’.”.

Para otros, manejar la presión puede resultar imposible en ciertos momentos y se dejan llevar por la desesperación sintiéndose después culpables. Juan le dice a su familia: “Yo de pronto estaba bien encarrilado. Pero sí, me deje influenciar de ustedes, de mi familia, de mi mamá... es decir las obras que hice mal de pronto fueron por desesperación y por sentirme presionado. Como Uds. Me decían: ‘no, es que no ha hecho nada’... pues me desesperaba y hacía locuras, por decirlo así...”

Por lo general los negociadores son miembros de la familia, lo que hace aún más difícil esta labor. Deben dejar de lado lo afectivo y los vínculos emocionales que los ligan a su ser querido para poder pensar de manera calculadora.

Con frecuencia la situación de un negociador resulta paradójica: se lo escoge y selecciona por ser frío y buen negociante y terminan acusándolo precisamente por eso mismo; por ser demasiado tacaño y no dar todo de una vez, por ser insensible y continuar con la negociación, etc. Todas estas reacciones son simplemente el reflejo de la desesperación de la familia quien busca un chivo expiatorio para evitar confrontar la realidad: dependen del secuestrador y no pueden lograr la liberación simplemente con desearlo.

Como resulta tan estresante el papel que juega el negociador, sería recomendable disponer de un espacio de apoyo en el cual puedan derrumbarse emocionalmente y comunicar sus dudas y temores para luego volver a asumir su postura de fortaleza. Lo que pasa es que por lo general los negociadores temen hacerlo pues piensan, al igual que el miembro que da apoyo emocional, que si ellos desfallecen todos caen.

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Saturday, 22 de September de 2001