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LA FAMILIA DEL SECUESTRADO En las familias víctimas de secuestro se produce un impacto emocional traumático. El efecto perturbador se hace extensivo a la actividad laboral y a la familia. Antes que la psicología lo formulara conceptualmente, era sabido que el comportamiento humano bajo presión sufre modificaciones sustanciales. Cuando ocurre un secuestro, la actividad diaria y
la
vida familiar se desorganizan. Aparecen dificultades para dormir, para
concentrarse, para comer... Generalmente, la memoria se altera y hasta los
detalles más obvios se olvidan. Los miembros de la
familia reaccionan a la situación y la asimilan de forma diferente. Esto puede
generar conflictos por el distinto grado en que cada uno siente la ausencia del
secuestrado. En estos momentos, la
normalidad y la tranquilidad se rompen y el equilibrio de la familia desaparece.
Papá o mamá no saben cómo asumir su nuevo rol familiar, laboral , social, y
los hijos pueden convertirse en una
carga más. No se tienen la
disponibilidad, ni la energía para continuar con las actividades que se venían
desempeñando y simplemente no se puede y no se quiere hacer nada. Los problemas
familiares que existían antes del secuestro se agudizan en estos momentos y, en
consecuencia, las peleas aumentan. Durante la ausencia del secuestrado, el factor económico también puede desencadenar discusiones familiares, ya que poner precio a un ser humano, tratar de garantizar su vida, deshacer sociedades familiares, conyugales o laborales, conseguir préstamos y pagar intereses producen una gran tensión. La Fundación País Libre (1999), a través de su experiencia laboral, al asistir a familias víctimas del secuestro recopiló información pertinente al impacto del secuestro en las familias con un miembro secuestrado y menciona los siguientes sentimientos que se dan con más frecuencia, durante los primeros meses del secuestro, en dicha población:
El tiempo y el teléfono
se convierten en los peores enemigos; quisiéramos que en cada llamada o en cada
comunicación se resolviera el secuestro. Todos se preguntan si serán capaces
de resistir tantos meses, tanta incertidumbre, desasosiego y dolor. Todo este drama continúa con altibajos; unos días es más intenso, otros, menos. Sólo hasta que el secuestrado aparece, se desvanece. La gran mayoría de las familias no establecen acuerdos previos sobre como actuar en caso de que alguno de sus miembros sea secuestrado, ya que ésta situación se presenta normalmente de manera inesperada. (Meluk, 1998). En los primeros momentos prima la confusión, el aturdimiento, el desconcierto, la angustia, el miedo y la desesperación, pero siempre se mantiene la esperanza de que el ser querido vuelva al hogar (Fundación País Libre, 1999). La mayoría de las personas secuestradas son cabeza de familia. Este miembro familiar tiene la particularidad de que es el elemento cohesionador del grupo, ejerce el liderazgo y en él descansa, la mayoría de las veces, la responsabilidad económica del núcleo familiar. La necesidad de su presencia es entonces más imperiosa para la supervivencia económica de la familia y para reasegurarla emocionalmente, orientándola y generando el sentimiento de protección que necesita para que sus miembros se sientan seguros frente a agentes externos amenazadores. Según esta argumentación, lo que prima no es la condición de cabeza de familia para ser elegido como posible víctima de secuestro; sino que el plagiado sea la persona por quien la familia está más dispuesta a negociar y a pagar rescate; bien sea, por el valor afectivo que representa para la totalidad de los miembros, o bien sea que es la persona que tiene mayor probabilidad de morir en el trance del cautiverio (Meluk, 1998). Sin embargo, cuando la familia aún no tiene certeza de que la desaparición del miembro es un secuestro, porque los plagiarios no se han comunicado, entonces busca a su ser querido en todo tipo de lugares, en casa de sus amigos, en clínicas, hospitales, estaciones de policía y en medicina legal. Posteriormente, al no encontrarlo sobreviene la ansiedad al esperar comunicación de parte de alguna organización delictiva. Dicha ansiedad y desesperación aumenta mientras el silencio continúa, además, denunciar a las autoridades el delito, es otro motivo más de angustia. A medida que transcurre el tiempo se hace más evidente la ausencia del secuestrado y aparecen pensamientos nuevos para minimizar el dolor como: "Él está de viaje" o "se quedó a dormir en la finca". Esto demuestra que no hay una asimilación inmediata de la desaparición de la persona (Fundación País Libre, 1999). Cuando la familia tiene la certeza de que es víctima de un secuestro, opta por buscar un negociador que adelante el proceso con los plagiarios y ejerza un liderazgo entre los miembros del grupo. Por lo general es alguien cercano a ella, sea por lazos familiares o de amistad. Las condiciones que se tienen en cuenta para la escogencia del negociador son: La capacidad de persuasión, la flexibilidad la tolerancia a la frustración, la experiencia adquirida en otros secuestros, el grado de proximidad que tenga a la familia y al plagiado antes de cometerse el secuestro; y, el tipo de relaciones que posea con instituciones gubernamentales, civiles y militares. El negociador no actúa solo, tiene como soporte a la familia, tomando las decisiones después de haber consultado con éstos. (Pulido, 1988). En ésta etapa las pruebas de supervivencia representan un papel psicológico muy importante en la estabilidad de la familia. Éste es el elemento de realidad sobre el cual se apoyan las esperanzas de vida, el que evita el incremento de incertidumbre y el estado de confusión; y, en últimas, que el proceso tome el rumbo de un duelo por muerte en el medio familiar. Dada la necesidad de salvar la vida del plagiado, las familias para restituir la integridad grupal y finalizar el estado de incertidumbre, tienen la tendencia a aceptar con facilidad las pruebas de supervivencia, dejando a un segundo plano un análisis más crítico de ellas (Meluk, 1998). La tranquilidad y el equilibrio de la familia desaparecen. Los miembros no saben como asumir su nuevo rol familiar, laboral y social. No se tiene la disponibilidad ni la energía para continuar con las actividades que se venían desempeñando. Además, el factor económico también puede desencadenar discusiones familiares, ya que por un lado se esta poniendo precio a la vida del ser querido y, por otra parte, es necesario conseguir el dinero para lograr su liberación. Generalmente los problemas familiares que existían antes del secuestro se agudizan con la nueva crisis (Fundación País Libre, 1999). Posteriormente el conocimiento del secuestro en las familias genera caos, miedo, desconsuelo, impotencia e incertidumbre. Lo anterior se da porque las familias viven el secuestro como un ataque a su integridad, como una amenaza a su cohesión interna, por eso obran con un mecanismo ataque/fuga; se unen internamente para defenderse de la violencia de la que han sido objeto y cada miembro de la familia suele asimilar la situación de forma diferente, generando diversos conflictos. Por una parte en cuanto al manejo que se le dará al secuestro; y, en cuanto a la manera en que cada miembro asume su pérdida, algunos lloran constantemente, otros se aíslan, en otros despiertan conductas de agresividad, etc. (Ruiz, 1997). Así, cuando ocurre un secuestro, la actividad diaria y la vida familiar se desorganizan; ya que la familia mantiene el foco de atención en el secuestro y cada miembro se atribuye una función para colaborar con la nueva misión impuesta al hogar: Recuperar o liberar al miembro secuestrado, Fundación País libre (1999). Con la asimilación del secuestro, es frecuente observar que en las familias se presentan dificultades para dormir, para comer y para concentrarse; generalmente la memoria se altera y hasta los detalles más obvios se olvidan (Fundación País Libre, 1999). Por eso los familiares del secuestrado se distribuyen tareas y asumen responsabilidades, modificando sustancialmente su esquema de interacciones intra y extrafamiliares para hacerle frente a la situación del secuestro. Aunque la vida de la familia empieza a girar en torno a las negociaciones, a las indagaciones de las autoridades y a la expectativa por las pruebas de supervivencia; la familia trata de garantizar su integridad grupal. La manera como se da el reordenamiento está íntimamente ligada con los roles asumidos por los diferentes miembros antes de que ocurriera el delito (Meluk, 1998). Las relaciones sociales se ven fuertemente afectadas durante el secuestro. A pesar de que la mayor parte de las amistades ofrecen su solidaridad, a la familia le resulta muy difícil hablar de lo que está sucediendo, ya que se busca confidencialidad en todo el proceso de negociación. Por otra parte las amistades suelen distraer a la familia, y ésta teme "perderse de algo importante" o "abandonar" al secuestrado, y suele castigarse haciendo sacrificios, como los que considera que está haciendo el secuestrado. Con el tiempo la familia se aísla casi completamente del medio social (Fundación País Libre, 1999). El manejo de la información en torno al secuestro crea nuevos conflictos dentro de las familias nucleares y periféricas. Todos los miembros de las mismas quieren estar enterados de los detalles de lo que está ocurriendo, pero la información no fluye con facilidad. Tiende a ser manejada por unos pocos miembros que actúan como filtro de ella, lo cual implica que algunos parientes próximos o lejanos queden excluidos. Esto suele generar un gran malestar, puesto que llegan a sentir, algunos, que no son parte importante de la familia. El sentimiento que produce el encontrarse al margen de la información produce actitudes de desconfianza hacia quienes desarrollan el proceso de pesquisas y negociaciones, porque son ellos los que poseen dicha información. Ese hermetismo excluyente perdura hasta después de la liberación del secuestrado, especialmente en torno a la manera como se llevaron a cabo las negociaciones, el monto pagado, intermediarios utilizados y demás. Estas restricciones en la circulación de la información tienen como objetivo garantizar, en lo posible, el buen fin de las negociaciones, proteger la vida de quien está cautivo y, a su vez, proteger la integridad de quienes están al frente de las conversaciones (Meluk, 1998). Lo mas corriente es que los contactos que establecieron los secuestradores con los familiares sean de periodicidad irregular. Los contactos irregulares son una de las armas más eficaces que utilizan los secuestradores para presionar a la familia para el pago del rescate. Durante éste período el familiar negociador se ve obligado a permanecer recluido en su casa esperando la comunicación con los secuestradores. Cuando no se logra llegar a algún acuerdo en una conversación o en una serie de contactos, simplemente dejan de llamar por un período de tiempo determinado. Los secuestradores establecen nuevamente los contactos cuando consideran que han incrementado en la familia el temor por la vida del secuestrado y la han inundado de ansiedad, impotencia y desesperanza por la suerte del retenido (Meluk, 1998). En éstos períodos de incertidumbre ocasionados por el silencio de los plagiarios, es cuando la familia más se desestabiliza emocionalmente. Aparecen los auto reproches y las mutuas inculpaciones, se incrementan las discrepancias preexistentes entre sus miembros y la desesperanza tiende a apoderarse de ellos. Son los períodos en los cuales las familias buscan intensamente el apoyo de sacerdotes y religiosos. Al mismo tiempo recurren a brujos y adivinos tratando de encontrar algún indicio que les permita "comprobar" que la víctima sigue con vida; igualmente, acuden a su propio sistema de creencias religiosas para lograr aminorar la ansiedad. Convirtiendo así lo religioso en una constante, sin dejar de ensayar estrategias tales como acudir a las autoridades, buscar contactos con los secuestradores por su propia cuenta o negociar con los plagiarios. De otro lado, los secuestradores también producen intensos estados esperanzadores, en los períodos de contacto, cuando informan sobre el estado de la víctima o envían pruebas de supervivencia válidas para la familia. En estos momentos, la familia cree que habrá una solución afortunada (Meluk, 1998). Cuando el proceso de negociación está dado, un motivo más de angustia y desasosiego es el deseo de saber cómo y en qué condiciones regresará el secuestrado a casa. En el hogar se desea mantener las cosas en orden para que el secuestrado, cuando regrese, encuentre todo tal y como lo dejó. (Fundación País Libre, 1999). La
solidaridad de amigos y familiares durante el secuestro es indispensable. Al
inicio la casa se llena de visitas, los teléfonos no paran de sonar, pero
resulta muy difícil hablar de lo que está sucediendo. Sentirse acompañado es
vital en estos momentos y se agradece enormemente. Los
allegados quieren colaborar y distraer a quienes sufren; pero la familia no
desea salir de casa porque hacerlo significaría “perderse de algo
importante”. Por otra parte, se sería como “abandonar” a su ser querido. Las
relaciones interpersonales se dificultan porque no se sabe qué decir, de qué
hablar; los comentarios molestan, cualquier pregunta es recibida como una
ofensa, y poco a poco la gente se aísla de su grupo social, porque a veces
estar solo resulta más confortante. No obstante, la casa llega a convertirse en
una especie de hotel; las visitas se quedan largas horas y sobreviene el
cansancio. Para los hijos es molesto llegar a una casa que perdió la
privacidad. La familia busca sus propios recursos para
sobrellevar esta situación. Hacer se constituye en algo muy importante. Se busca a
costa de lo que sea y tiene como finalidad participar, estar interesado y, sobre
todo, no abandonar al ser querido. Algunas veces, las personas no salen de su casa, permanecen allí para sentir que acompañan a su familiar. Estar cerca significa no perderse de nada importante. Por
otra parte, en cuanto a la toma de decisiones,
es
importante que en la familia se cree un grupo que tome las decisiones y
planifique la
estrategia que se va a seguir, liderado por alguien cercano y de mucha
confianza, puesto que además de llevar a cabo una labor compleja, debe
satisfacer las demandas de la familia y proteger la información que recibe. Hay dos
caminos: actuar solo o buscar ayuda. De
cualquier modo, no faltan las dificultades, debido al manejo cuidadoso y
confidencial que se le debe dar a la información. Por una parte, se teme
compartirla porque se puede 'dañar' el negocio;
por otra, en el secuestro se resquebraja la confianza y no se sabe quién
puede estar involucrado.
Es
frecuente que mucho de lo que se conoce o se habla con los secuestradores se
calle, ya sea porque no se puede saber, porque no se quiere hacer "daño"
o porque hasta que todo esté resuelto no se debe comentar nada. Generalmente,
las llamadas o cartas son amenazantes y buscan atemorizar a la familia. Muchas
veces, tratando de evitar un dolor, al callar información, se genera, sin
hacerlo a propósito, un malestar muy grande. Estas
actitudes pueden resentir a la familia, puesto que algunos llegan a sentir que
no son parte importante de la misma, que no son tomados en cuenta y que no
sirven para nada en la medida en que no pueden colaborar. En
casa, se desea mantener las cosas en orden, para que cuando el secuestrado
regrese encuentre todo como lo dejó. Es una forma de manifestarle afecto y no
defraudarlo, de demostrarle que se sobrellevó la situación y se cumplió con
su voluntad y sus deseos. Un
motivo más de desasosiego es el deseo de saber cómo y en qué condiciones va a
regresar el secuestrado. Cuando
la familia se entera del cierre del negocio o de la operación que van a
realizar las autoridades, surgen muchas expectativas sobre el regreso. Las
Recomendaciones para la familia del
secuestrado
presentadas por la Fundación País Libre son:
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Bibliografía
Síndrome
de Estocolmo DISEÑO DE PÁGINA: MARIA FERNANDA URIBE Saturday, 22 de September de 2001 |