EL SECUESTRADO
DESPUÉS DE LA LIBERACIÓN
Autor: Emilio Meluk, 1998
Para el análisis del estado
de las víctimas de secuestro es importante tener en cuenta que se entrevistaron
cuando ya habían transcurrido mas de dos años de haber quedado libre; tiempo
suficiente para elaborar y descartar las experiencias vividas. Esto quiere decir
que quienes contribuyeron con su testimonio no estaban sumergidos en la situación
emocional de euforia desbordada y confusión subsiguiente a la liberación.
Después de dos años de secuestro y haber asimilado, presumiblemente, la
experiencia, se supone que los juicios que dieron a la entrevista surgían de
contrastar lo que era antes del secuestro y después de él, de observar sus
comportamientos y sentimientos en ese laso de tiempo y de confrontarse con el
grupo familiar y micro grupos de referencia. Se podrían afirmar que de esta
circunstancia se desprendió una mayor objetividad y una menor interferencia de
las vivencias traumáticas resultantes del secuestro.
El temor a la reincidencia de
las experiencias traumáticas es uno de aquellos aspectos psicológicos que comúnmente
se conserva en quienes han vivido situaciones catastróficas cercanas a la
muerte. Ese temor se expresa en frecuentes pesadillas referidas al evento
traumatizador, recuerdos momentáneos e inesperados del mismo evento (Flashback)
y en comportamientos evasivos de todo lo que se asemeja a esa situación. También
se expresa en un estado Ansioso Generalizado, gran irritabilidad, sentimientos
de despersonalización, desorientación temporo-espacial y somatizaciones como vía
de expresión de la ansiedad. En algunos casos también se presenta el llamado
“Síndrome del Sobreviviente” la tríada típica compuesta por cefaleas
frecuentes, pesadillas recurrentes y estado de tristeza más o menos periódico.
Estas características, en un
sentido general y salvo el temor a ser secuestrado nuevamente, no afecta
significativamente a los exsecuestrados a los dos años de haber ocurrido el
plagio. Los síntomas antes mencionados se expresan solo en algunas pocas
personas y son episódicos y dispersos a lo largo del tiempo. En algunos casos
los síntomas existían antes del secuestro y simplemente se recrudecen durante
el cautiverio y después de la liberación, lo cual indica que la experiencia
del secuestro potencia aquellos problemas preexistentes.
En la fase inmediata siguiente
a la liberación la persona presenta una euforia desmesurada y unos deseos
intensos de vivir todo lo que no pudo en secuestro durante semanas y meses.
Esta reacción se crea en el
exsecuestrado al tomar distancia de la posibilidad de morir a restablecer los
lazos afectivos familiares y al reconocer que vive nuevamente en ellos. En un
período mas bien corto, de pocos días o semanas dependiendo del caso, lo cual
es también un espacio de negación de realidad, de todos los padecimientos del
cautiverio y de las dificultades y contradicciones propias de la vida familiar y
laboral. Por lo tanto, en ese lapso, las huellas dejadas por el secuestro no se
manifiestan. Pero lentamente, cuando la persona se adapta de nuevo a su medio al
igual y comienza a enfrentar la realidad que dejó y las modificaciones
resultantes del secuestro mismo, se desvanece la euforia, entonces la secuela
psicológica empieza a evidenciarse en le recién liberado y en las personas de
su entorno.
El aspecto más relevante en
la fase posterior al secuestro, después de superar la fase de la euforia, es el
temor a ser plagiado nuevamente y tener que estar sometido otra vez a las
condiciones del cautiverio. Son temores muy agudos y marcados durante la
primeras semanas después de la liberación. Aparecen relacionados con múltiples
experiencias y circunstancias de la vida cotidiana, aún con aquellas que para
un observados externo no guarda ninguna relación con la posibilidad de un nuevo
secuestro. Tal es el caso de un exsecuestrado que temía ser plagiado por las
personas que en la calle lo miraban con cierta detención o lo paraban para
preguntarle la hora. Pero con el paso del tiempo, meses y posiblemente años,
los temores a la reincidencia del secuestro tienden a desaparecer solos, sin la
necesidad de una ayuda diferente a la que proporciona la familia y el microgrupo
de referencia. Es entonces cuando retorna la confianza en las personas, en el
entorno social en general, aunque no se pueda afirmar que ocurre en términos
absolutos. Queda siempre una remanente de temor y suspicacia que por ser muy
intensa en la mayoría de los casos, no perturba el desarrollo vital del
exsecuestrado.
Es importante advertir que
cuando se afirma que las secuelas dejadas por el secuestro desaparecieron sin
necesidad de intervención especializada, se hace ciñéndose a lo manifestado
por el exsecuestrado, a su propia interpretación y no a la de un especialista o
la de su familia. Podría darse el evento de que la víctima de secuestro, a
pesar de sentirse “bien” presenta el signo de alteración psicológica a los
ojos de un especialista de la Psicología o aún de la familia.
El
temor a que se repita el plagio en la fase posterior al secuestro presenta dos
facetas que se superponen y que es difícil delimitar.
Una, psicológica, derivada del evento traumatizante en sí mismo que
se origina porque el secuestrado vivió una situación límite de proximidad
con la muerte por un tiempo más o menos prolongado.
Se trata de una reacción psicológica defensiva frente a la intensidad
de la experiencia, la cual es positiva pues revela la capacidad de adaptación
que tienen quienes la presentan, pero que adquiere un sentido negativo o patológico
si excede un tiempo razonable, o la intensidad es exagerada.
La otra faceta de este temor no está relacionada con la psicología de
la víctima sino con las condiciones objetivas del país, caracterizadas por la
violencia y la inseguridad más o menos generalizada.
El Estado no está en condiciones de garantizar que el secuestro no se
repetirá. Esta
situación externa se une con las secuelas traumáticas propias de haber vivido
una situación límite, impidiendo saber hasta dónde la reacción del ex
secuestrado es producto de la una o de la otra.
Hacer esta diferenciación no es posible ni para los ex secuestrados ni
para un observador externo.
Podría estimarse el alcance del primer aspecto siempre y cuando el ex
secuestrado esté en condiciones óptimas de seguridad que le garanticen que el
plagio no volvería a presentarse.
De
lo contrario, como es el caso en Colombia, no es fácil estimar la intensidad de
la secuela traumática.
Los temores a un nuevo secuestro se expresan especialmente en el abandono de la zona o la ciudad donde tradicionalmente labora o habita el exsecuestrado; en la adopción de medidas de seguridad, cuyas características dependen de los recursos económicos de las personas, del grado de ansiedad y temor a que se repita el delito y, obviamente, de la seguridad existente de la zona de residencia.
Claro esta que no faltan
quienes continúan sus labores habituales, sin tomar medidas de seguridad mínimas,
actuando como si la experiencia del secuestro no hubiera existido. Son pocos los
exsecuestrados que reaccionan así, no por falta de medios para adoptar
mecanismos de seguridad sino como otro tipo de reacción psicológica frente a
la experiencia vivida. Es una negociación del riesgo y un manejo omnipotente,
por parte de víctima, de la situación posterior al secuestro, seguramente
apoyada en una estructura de personalidad que tiene limitaciones para aprender
de la experiencia. Sin embargo, aunque no adoptan medidas de seguridad, varios
exsecuestrados se identifican con la afirmación que hace una víctima de
secuestro en Cali: “Yo no me volvería dejar secuestrar, me haría matar al
instante, no se como, pero me haría matar. No soy capaz de pagar otro
secuestro; además, lo que me pasó no lo podría volver a vivir. El secuestro
es terrible, innoble y humillante”.
Cuando se analizó el tiempo
transcurrido desde la liberación del secuestro en la relación con la presencia
de temores a un nuevo plagio, se encontró una conexión significativa. Las
personas que llevan aproximadamente dos años de haber salido del secuestro
presentan ansiedad y temores –o que ellos mismos califican como intensos-,
asociados con la posibilidad de que se vuelva a repetirle plagio, causándoles
problemas en su vida cotidiana.
Esas ansiedades son significativamente menores en quienes llevaban más de cuatro años de haber recobrado la libertad. De lo anterior se concluye que mientras más tiempo ha pasado desde la liberación menos temores hay; de otro lado que el período de dos años no es suficiente para elaborarlos, al punto de que no perturben mientras que cuatro años si son suficientes para decantarlos y reducirlos a un nivel que no interfieran con un desarrollo normal de la vida.
REACCIONES
PSICOSOMÁTICAS
Los síntomas somáticos
característicos de las experiencias post-traumáticas se observan, de un modo
consistente, solo en la fase inmediatamente siguiente a la liberación. Su
intensidad está en relación directa y proporcional especialmente con las
condiciones físicas del cautiverio a que estuvo sometida la persona. Es decir,
que si el cautiverio se desarrolló en condiciones de maltrato y durante el
mismo hubo amenazas de muerte reiteradas y enfáticas o simulacros de ejecución
realizados por los plagiarios,
entonces los dolores de cabeza, las sensaciones de mareo, los dolores en
el pecho y demás afecciones, son también intensas y frecuentes. La siguiente
es la manera como suele manifestarse:
Estos síntomas, cuando se
presentan, tienden a decantarse con el paso del tiempo, con el simple apoyo
familiar y sin necesidad de ninguna ayuda especializada. Cuando los síntomas
persisten, es porque existían antes del secuestro; de allí que no puedan ser
atribuidos exclusivamente al trauma ocasionado por el plagio.
Lama la atención que las
personas más jóvenes de la población civilizada, los menores de 40 años, son
quienes presentan con más frecuencia reacciones emocionales y alteraciones somáticas
funcionales después de la liberación. En cambio en los mayores de edad, 50 años
o más tienden a no presentarse. La elaboración del trauma psicológico
ocasionado por el secuestro estaría en relación, además, con la experiencia
acumulada con los años de vida y con los recursos psicológicos internos que
tiene la persona. A mayor edad hay más posibilidades de articular la
experiencia a su personalidad y al sistema de vida que se tenga. Los jóvenes,
con menos experiencia vital acumulada en razón de la menor edad cronológica,
tienen menos recursos psicológicos, menor capacidad de verbalizar la
experiencia, viéndose en la necesidad e expresar la ansiedad y os temores de
muerte a nivel somático.
REACCIONES
PSICOLÓGICAS
Es importante reiterar que el
diagnóstico del estado emocional de los plagiados, posterior al secuestro, fue
realizado por la víctima misma y la familia, en el primer caso se trata de la
percepción subjetiva que tiene el secuestrado de sus condiciones psicológicas,
evaluadas por lo general, como ya se afirmó, como “normales” y
“buenas”, aunque irritable e histérico. En el caso de la excepción de la
familia, se trata de una apreciación exterior, más objetiva aunque no llevada
a cabo por especialistas de la Psicología.
Estas aclaraciones se hacen
porque se encuentra, en algunos casos, que a
pesar de que los exsecuestrados manifiestan que su comportamiento en
general volvió a ser el mismo de antes del secuestro, la familia reporta todo
lo contrario. En estos casos los familiares dicen que los notan melancólicos y
ensimismados ingiriendo más alcohol y tabaco que antes del secuestro, “menos
considerados con la familia, con la disminución significativa en los deseos
sexuales, fácilmente irritables aún por circunstancias mínimas”.
En últimas, los familiares piensan que si subsisten síntomas o cambios
importantes en el plagiado proveniente de la experiencia de secuestro.
Además, durante la entrevista
a los exsecuestrados e observaron en ellos muchos signos que clínicamente podrían
catalogarse como traumas procedentes del secuestro, aunque ni el entrevistado o
su familia se percatan de ello. Se hace referencia n especial al deseo
existente, y algunas veces exagerado, de mostrarse como normales y no afectados
por el plagio, por las incoherencias e inconsistencias en el discurso verbal y
por la ausencia de colorido emocional. En algunos pasajes de las narraciones. En
estos casos los signos se hacen más evidentes por la ausencia de algunas
reacciones emocionales que por la presencia de las mismas.
La disonancia encontrada entre
lo afirmado por el exsecuestrado y lo percibido por familia lleva a cuestionar
que es lo que el primero entiende por haber superado el trauma del secuestro y a
verificar si el decantamiento y elaboración progresiva de la experiencia, que
él afirma haber realizado, si ocurre en realidad. Para clarificar estos
aspectos se hace necesario contar con una percepción exterior y especializada,
no subjetiva y profana y responderla con una metodología de trabajo mediatizada
por una relación individual profunda con el exsecuestrado, que explique más
definidamente las secuelas que deja un secuestro.
Con respecto a los cambios
sufridos después de la liberación del secuestro y anotados por las familias,
es importante tener en cuenta lo que al
respecto dice Raymond:
En esta misma perspectiva, es
interesante anotar una relación de proporcionalidad entre la fuerza de la
anomalía sufrida (por el trato infamante de los secuestradores, condiciones
degradantes del cautiverio)... y los perjuicios efectivamente sufridos. Lo cual
significa que las capas más profundas de la personalidad serán tocadas según
la intensidad de la anomia... podrá resultar la construcción de
neo-personalidades, ya sea por el reforzamiento de ciertos rasgos provocado por
la experiencia (el secuestro), o por un desvanecimiento de otros rasgos
provocado por la misma experiencia. De la misma manera, se le agregará la
intensidad de la anomia, la duración del secuestro, la cercanía en que hubiera
tenido a familiares y personas menos próximas así como a las autoridades.
Todas estas dimensiones tendrán, en última instancia, una influencia
considerable sobre la capacidad de reaccionar del sujeto. No solamente durante
los hechos (el cautiverio), sino también después de su retorno a su medio
original cuando este se conserva (Raymond, S.G. 1992:185)
Desde la óptica analítica de
este autor, los cambios de personalidad del exsecuestrado siempre van a ocurrir;
estos varían de acuerdo a las características e intensidad de la experiencia
y, obviamente a la personalidad que tenía la victima antes del secuestro. Cabe
preguntarse si los cambios de personalidad que presentan as víctimas después
de la liberación equivalen a las disonancias encontradas entre lo afirmado por
los exsecuestrados y aquello que perciben sus familiares y si se presentan
siempre en un sentido negativo para el exsecuestrado todo parece indicar que es
así.
Del total de personas
entrevistadas, únicamente 15 eran mujeres. De modo que sería arriesgado
generalizar, a partir de ese número tan reducido, la manera como vive una mujer
el secuestro.
Sin embargo, esa muestra
permite comparar las vivencias y los hechos que se dan en el secuestro de un
hombre y el de una mujer y analizarlas.
En un sentido amplio se puede
decir que no hay diferencias significativas entre el comportamiento de los
hombres y las mujeres durante el secuestro. Las reacciones ante la operación de
retención durante el cautiverio y después de la liberación guardan e mismo
sesgo en loas comportamientos y vivencias en unos y otras. Si tenemos en cuenta
que el temor básico en un secuestro es el temor a la muerte, el factor sexo no
tendría porque modificar las reacciones frente a ella. Habría diferencias de
matices condicionados socio-culturalmente pero, en lo esencial, los sentimientos
asociados a la proximidad con la muerte y las conductas que de ellos se derivan,
permanecen iguales. La muerte es la muerte y frente a ella lo único válido que
se le opone es la vida misma, independiente de todo lo demás; ello explicaría
el porqué no hay diferencias significativas.
La única
diferencia relevante entre el secuestro de un hombre y una mujer es la evaluación
de las condiciones físicas del cautiverio que cada uno hace y del trato que les
dan los plagiarios. Las mujeres consideran que el tipo de “cambuche” donde
tenían que dormir, la alimentación que le suministraron, las condiciones
ofrecidas para hacer sus necesidades fisiológicas y la manera como fueron
tratadas por los victimarios son mejores, cuando se las compara con las evaluaciones
que hacen los hombres de lo que a ellos les tocó padecer.
Para explicar esta diferencia será necesario plantear algunas hipótesis
puesto que la explicación real sólo la pueden dar los victimarios. Primero, se
podría decir que se debe a que los secuestradores expresan, de esta manera,
un patrón cultural que valora de una forma diferente a la mujer, considerándola
débil: por ello es necesario darle un trato deferente y ofrecerle condiciones
de privilegio, aun tratándose de un secuestro.
Segundo, que las mujeres, a pesar de padecer las mismas condiciones
negativas de cautiverio que los hombres, tienen una mayor capacidad de adaptación
a las incomodidades propias del mismo y que partiendo de esa adaptabilidad las
valoran menos negativamente.
Tercero, que los plagiarios tuvieron en cuenta que no estaban habituadas
a la rudeza propia del monte, que se trataba de mujeres con formación profesional
y procedentes de núcleos urbanos y de nivel socioeconómico medio-alto y alto.
Ofreciéndoles condiciones físicas durante el cautiverio más tolerables y
menos maltratantes y un trato más benévolo. Y cuarto, podría tratarse de
una confluencia de las dos primeras consideraciones por la descripción
realizada por hombres y mujeres de los sitios de reclusión, llama la atención
que ninguna de las mujeres fuera retenida en "cambuches" sino en
casas rurales o en casas de sectores urbanos.
Ninguna padeció las inclemencias por estar a la intemperie o por estar
amarrada a un árbol durante meses, como sí ocurrió en el caso de los hombres.
Los secuestradores consideran
que las mujeres son más difíciles de manejar, según comentarios hechos por
ellos a sus víctimas hombres durante
los meses de cautiverio:
“joden más, lloran y se quejan mucho”, “se rajan fácilmente”, “crean
problemas entre quienes las cuidan”. Podría pensarse entonces que existe una
actitud distinta de los secuestradores hacia las mujeres, razón por la cual las
tratan de una manera diferente durante el cautiverio.
El caso de las mujeres, los
desarreglos menstruales son frecuentes durante el cautiverio; estos van desde
una amenorrea durante todo el tiempo que dura el
secuestro hasta simples alteraciones episódicas del ciclo. Estas
alteraciones funcionales del organismo están íntimamente relacionadas con el
stress y la ansiedad por la inminencia de la muerte. Son más frecuentes en el
inicio del secuestro, cuando hay mayor ansiedad, mas incertidumbre y la adaptación
a la situación es aún mínima. La presencia de tales desarreglos es una vía
de expresión no verbal de las emociones tumultuosas e intensas que vive la
secuestrada, puesto que el ciclo menstrual tiende a regularizarse en la medida
en que hay una mayor adaptación a la situación de cautiverio, un mejor manejo
del entorno y mayor control de la situación.
Con
alguna frecuencia se escucha en la comunidad, y los medios de comunicación le
sirven de caja de resonancia sobre los casos de secuestradas que fueron violadas
e incluso la imaginación popular llega hasta afirmar que salen del secuestro
embarazadas. Las personas que se entrevistaron no hicieron ninguna referencia a
embarazo y violación y en cuanto al acoso sexual, expresaron que si existió,
aunque de un modo marginal, concediéndole una importancia mínima. La
intensidad del temor a a muerte prima sobre el miedo al abuso sexual, dejando a
este último en segundo lugar. Posiblemente esta falta de referencia a lo
sexual en las mujeres secuestradas tenga que
ver con varios factores, entre los cuales hay que tener en cuenta que se trata
de un tema difícil de abordar y de compartir con un entrevistador que apenas
conoce.
Algunas
mujeres se sintieron acosadas sexualmente cuando las amenazaron diciéndoles que
las iban a violar si intentaban escaparse o pedir auxilio de alguna manera, o
cuando las intimidaron con expresiones tales como "a usted lo que le hace
falta es sexo",
"si sigue llorando nos la comemos". Si se tiene en cuenta la
dinámica de un secuestro, y en ella la necesidad de amedrentar para controlar,
sería más lógico atribuir este tipo de amenazas al deseo de atemorizar y
no a que exista, realmente, la intención de hacerlo. Las condiciones de
impotencia y de sometimiento de las mujeres en el secuestro son totales de
manera que si los secuestradores tuvieran la voluntad real de llevar a cabo la
violación lo harían. La amenaza de abusar sexualmente de las mujeres plagiadas
juega en el mismo sentido que la amenaza de muerte: controlarlas a través del
miedo a ser violentadas en su integridad física y psicológica.
Sólo se dio un caso de una secuestrada por
la delincuencia común que expresó abierta y explícitamente haber tenido
relaciones sexuales con uno de sus plagiarios.
Aunque la víctima manifestó no haber vivido aquello como una violación
en el sentido de haber sido obligada y maltratada físicamente para que
accediera a las demandas sexuales de uno de los plagiarios, sí hubo presión a
través de la misma situación de secuestro, pues si aceptaba las demandas
sexuales obtendría un mejor trato.
En otro caso, una
exsecuestrada expresó de manera indirecta y en el lenguaje gestual durante la
toma del testimonio lo que había sucedido en su caso. Estuvo secuestrada por el
EPL, y por la manera de comportarse de los secuestradores afirmó que más bien
parecían delincuentes comunes, sin formación política ni militar. Siempre
abordó el tema del abuso sexual de modo vago, impreciso, tangencial, poco
claro, evitando detalles que a todas luces le producían dolor y angustia cuando
los verbalizaba; luego pidió que no se presentaran en este libro.
En ambos casos, las
exsecuestradas fueron explícitas en declarar la repugnancia que les producía
acceder a los requerimientos de los plagiarios y en recalcar las condiciones de
impotencia y sometimiento en que se encontraban. Vivieron estos episodios como
si no hubieran tenido alternativa diferente a aceptar el abuso. También fueron
claras en señalar que lo que se encontraba en juego era la propia vida y que
para conservar alguna esperanza de sobrevivir aceptaron el trato de que fueron
objeto.
No es evidente si los hechos
de los dos casos mencionados ocurran con una frecuencia significativa en el
universo de las secuestradas en Colombia.
No se debe olvidar la dificultad real que existe de abordar el tema de la sexualidad en general y el del abuso sexual en particular, aún cuando se hace por medio de encuestas o entrevistas individuales, mucho más cuando el testimonio y la referencia pueden quedar por escrito. Además, hay que considerar que la autoestima de la persona, cuando se hace referencia a violaciones y abusos sexuales, está maltratada. La tendencia de las víctimas en estos casos es a evadir las alusiones a ellos y evitar los recuerdos asociados por el mismo efecto traumático que tienen. Salvo cuando existe una relación previa de confianza y de trabajo entre la mujer violada y el entrevistador, el tema puede ser tratado más abiertamente, sin que la vergüenza y el sentimiento de humillación dificulte el diálogo y sin que ello sea percibido como un ataque a la autoestima.
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DISEÑO DE PÁGINA: MARIA FERNANDA URIBE
Saturday, 22 de September de 2001